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Análisis: ¿Por qué regresó el pinochetismo a Chile?

  • INFP
  • hace 48 minutos
  • 6 Min. de lectura

Entrevista a Karina Oliva Pérez

Partido Popular de Chile 

Por: J. Axel García Ancira Astudillo



No hubo sorpresas en las elecciones chilenas, tal como se había anticipado desde la primera vuelta. Janette Jara, candidata del Partido Comunista, se había alzado con el primer lugar con tres millones de votos, que sin embargo sólo representaban el 26.85% del electorado, muy lejos del 50% que hubiera evitado la segunda vuelta. Como era previsible, en la votación de segundo término, los votos de los candidatos de la derecha y la ultraderecha se unificaron en torno a la figura de José Antonio Kast, quien pasó de 24% de las preferencias en la primera vuelta, a 58% en la segunda. Mientras tanto, la candidata de las izquierdas también creció, pero en menor porcentaje, pasando de casi el 27% a rozar el 42%. Nada despreciable cantidad si se considera que  es una candidata que viene de la izquierda comunista, en tiempos de auge de las ultraderechas, y que carga con la responsabilidad de ser la continuadora de un gobierno de Gabriel Boric, cuyo pronto desgaste lo llevó a cerrar su mandato con una popularidad de sólo el 27%. Por lo anterior, la debacle electoral de las izquierdas en Chile no puede reducirse a lo que pasó en el último mes, sino que es necesario remontarse más atrás para poder entender por qué el electorado chileno le dio la victoria a un descendiente de nazis que declaró: “Si Pinochet viviera, votaría por mí”. Las remembranzas a la dictadura más larga del continente, no terminan ahí, pues los festejos del triunfo de la ultraderecha hicieron que algunas personas salieran a la calle con los cuadros de un Augusto Pinochet que debieron guardar por más de 30 años, desde que un plebiscito en 1988 marcara el regreso a la democracia. Sin embargo el pinochetismo siguió vivo en una Constitución creada por los alumnos más adelantados de Chicago. Hoy  regresan al primer plano los herederos ideológicos y familiares del primer laboratorio neoliberal del mundo. 


Dos días después del triunfo de Kast, su papel geopolítico comienza a sentirse. Primero, al reunirse con el discípulo de la Escuela Austriaca, Javier Milei, fortalecido luego de unas elecciones intermedias en donde el intervencionismo de Trump y un continuado castigo al progresismo lo sacaron avante, pese a las expectativas en su contra. En Buenos Aires posaron Kast y Milei con la ya célebre motosierra, metáfora visual del  recorte económico a las tareas sustantivas del Estado. Horas más tarde Kast empezó su ofensiva contra Venezuela, a la que calificó como una narcodictadura y dijo que apoyaría una intervención en su contra. La declaración parece tener una coincidencia no azarosa con el mensaje de Donald Trump que a estas horas ya declaró un sitio de facto contra Venezuela.  Y esto ocurrió en sólo 48 horas.


Para comprender cómo llegó la ultraderecha a apoderarse del país andino más austral, entrevistamos a nuestra ya habitual invitada desde Chile, Karina Oliva Pérez, del Partido Popular.  Si no basta con decir que el Gobierno de Boric no estuvo a la altura; es necesario entender en qué contexto se dio el deterioro de un proyecto político preso de una estrategia con equívocos, más allá de la figura presidencial:


“El ciclo político no se puede analizar en función exclusivamente del resultado, sino del proceso político que vive un país. Desde el año 2022, cuando empieza todo el proceso de referéndum del proceso constituyente, hubo una tensión entre lo que era la gestión del actual presidente Gabriel Boric y la expectativa que había sobre aquel proceso. A esto yo le llamo un abandono de la disputa política frente a ese momento constituyente en Chile. Creo que ahí hay parte de las posibilidades del crecimiento de las derechas en mi país [...] Sin embargo, se opta por imponer primero ese establishment que se quiere transformar, dándole prioridad a la estabilidad o al sostenimiento de esa institucionalidad […]  El ciclo completo del Gobierno se vio sumergido, primero, en la expectativa de un resultado electoral que no se obtiene y, después, de una u otra manera, en un cierto grado de subordinación a la agenda política, social y económica de la derecha.”



A la luz de los recientes resultados en Chile, y en el entorno latinoamericano, podría pensarse que las sociedades en el continente se están derechizando. Para el caso chileno, esta explicación carece de algunos matices necesarios.  Desde el plebiscito de 1988 que marcó el inicio de la democracia, el pinochetismo recibió 45% de la votación. A pesar de que en ese momento se votó en dictadura, y no fueron unas elecciones hechas en libertad ni en igualdad de circunstancias, hay un sector de la sociedad chilena, que mantiene un histórico voto de derecha. Si nos atenemos a las pasadas elecciones presidenciales, Kast obtuvo 44%. Pero en el plebiscito constituyente que fue producto del Estallido Social del 2019,  los resultados fueron 38%  por el apruebo a la Constitución Vs 61,89% por el rechazo. Resultados muy similares a los que se obtuvieron en las presidenciales del 14 de diciembre.  Sin embargo, cuando la derecha presentó su propio texto constitucional, la relación se invirtió y perdió por casi 12 puntos. Ciertamente, hay un fenómeno pendular en las elecciones, y el hecho de que haya un voto obligatorio es algo que aún se debe estudiar como causante de este comportamiento. Pese a lo que hemos narrado, queda la interrogante: ¿Qué motivó a un sector del electorado flotante a darle su voto a Kast en 2025?  Las principales líneas discursivas de estas elecciones dictan que fueron los temas de la inseguridad y el rechazo a la migración. Para Karina Oliva, sin embargo, el neoliberalismo se enquistó en la subjetividad de los chilenos a partir de la falta de de una contundencia del progresismo chileno de poder ofrecer un horizonte que ilusione  y dé respuesta a las necesidades materiales del pueblo.


“Necesitamos pensar un proyecto político para Chile en estas condiciones y preguntarnos cómo volvemos a convocar a un pueblo que sí quiere dignidad, que sí quiere educación, que sí quiere salud, que está cansado de las privatizaciones, pero que además está votando desde el miedo. Miedo a la inseguridad, miedo a la vejez. Los chilenos, en general, le tienen miedo a tres cosas: a la delincuencia desatada que se muestra permanentemente en la televisión; a perder el empleo; y el otro miedo, profundo y latente, es a envejecer. Si tú miras, estos tres temores son los pilares de sostenibilidad del proyecto neoliberal en cualquier parte del mundo. Porque tienes miedo a no tener cómo vivir, tienes miedo a que te ocurra algo; empiezas a tener miedo, empiezas a tenerle miedo a tus pares, a tus vecinos, a tu entorno. Y el otro miedo es a dejar de ser independiente y autónomo económicamente como trabajador o trabajadora.”, enfatizó Oliva. 


La reflexión exige explicar no sólo lo que está pasando en Chile con las izquierdas, sino pensar en una estrategia a nivel continental en cuanto a la posibilidad de cuestionar  las reglas liberales donde la democracia se reduce a la administración de un sistema acotado y que no permite audacias en cuanto a sus límites.  Citamos en extenso a Karina Oliva:


Darle una connotación a la democracia sólo en función de las condiciones electorales es una desorientación; es vaciarla y convertirla en un significante vacío o en un mero procedimiento. La democracia es un sistema de derechos, no sólo un procedimiento. En América Latina, muchos sectores progresistas validaron la democracia exclusivamente como un sistema procedimental y no como un sistema de derechos. Y las izquierdas nunca podemos abandonar la disputa por la democracia como sistema de derechos, donde el mecanismo de electividad es parte de ese sistema, pero no su fin en sí mismo. Esa disputa se abandonó y se empezó a puntuar, a bendecir o no bendecir candidaturas. Por tanto, fue muy cómodo para la derecha dejar de hacer golpes de Estado y, en cambio, generar mejores estrategias para ganar los ciclos electorales. Nos dejaron en desventaja, porque antes las derechas ni siquiera reconocían la democracia como sistema electoral. Después de la caída de los socialismos reales, desde los años noventa en adelante, cuando se establece este único orden mundial y esta hegemonía, dicen: vamos a disputar electoralmente […] Ahí, yo creo, hay un abandono de lo que pudo haber sido una guerra de posición y se entra solo en una guerra de movimiento, entendida como quién administra o no. Y eso  fue un abandono de la política. Ese es el desafío que no solo tiene Chile, sino que es un desafío global.”


 

Así, la lección debe trascender lo meramente coyuntural, y es una llamada de atención para las izquierdas en el poder en el continente, con ya demasiadas advertencias durante 2025.  En el panorama de los progresismos vemos la  moderación, sin procesos que radicalicen la democracia participativa, o que piensen con audacia sus estrategias de comunicación. En consecuencia, cuando no hay un claro distanciamiento del neoliberalismo; en otras palabras, cuando no existe la convicción que el progresismo sea el  pueblo en el poder, la política queda reducida a un perpetuum mobile del péndulo de la política electoral, aunque en estos momentos el riesgo es mayor: quedar en un lapso perpetuo subordinado a las políticas neocoloniales de Estados Unidos, en su versión trumpista.




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