El 11 de septiembre de 1991, en las vísperas del ocaso de la Unión Soviética en diciembre de ese año, el presidente estadounidense George H. W. Bush dio un discurso ante el Congreso de su país en el que habló de un nuevo orden mundial y de cómo debería ser alcanzado, enalteciendo valores como la libertad, la paz y la seguridad. En la misma fecha de 10 años después, ese país vivió uno de sus episodios más trágicos por los ataques terroristas a las Torres Gemelas y el Pentágono. 10 días después, el presidente Bush, en un discurso ante el Congreso, comenzó a marcar una línea tajante entre las naciones civilizadas, que estarían apoyando a Estados Unidos, y las que no lo eran, aquellas que habrían atacado o justificado el ataque, especialmente al aludir a una deuda histórica derivada de su imperialismo.
El 11 de septiembre de 2001 marca un parteaguas en la historia mundial y un cambio de paradigma en diversos ámbitos de la vida pública internacional, si consideramos cambios en, por ejemplo, la seguridad, ya vista desde una perspectiva punitivista y preventiva. Asimismo, ha sido un constante elemento en las narrativas de líderes políticos occidentales, principalmente estadounidenses, al justificar políticas belicistas y securitizadoras. Sin embargo, la idea de un 11-S asociado únicamente a Estados Unidos eclipsa acontecimientos que son igual de relevantes al hablar de la de esa fecha.
En 1970, Salvador Allende llegó a la presidencia de Chile en elecciones democráticas. Perteneciente al Partido Socialista de Chile, su discurso de izquierda de corte socialista fue un destello ante el embate neoliberal que estaba comenzando a ser notorio en América Latina. Pese a que Allende tenía un respaldo popular importante, diversas fuerzas, tanto internas como externas buscaron minar su administración, pues no tenía mayoría en el Congreso y un sector de las fuerzas armadas tenían especial recelo a las medidas que Allende estaba tomando. El 11 de septiembre de 1973, aviones de la Fuerza Aérea Chilena bombardearon la Casa de Moneda, sede del poder ejecutivo y lugar en el que estaba el presidente Allende, quien murió en el lugar. Augusto Pinochet tomó el gobierno, estableció un Estado dictatorial y gobernó hasta 1990.
¿Qué tienen en común estos dos acontecimientos? La centralidad de Estados Unidos como un actor político en su desenvolvimiento. En el primer caso en temporalidad, agencias estadounidenses como la CIA tuvieron un papel, cuando menos, de soporte a las fuerzas golpistas chilenas, además de que Pinochet tuvo lazos fuertes con Washington a través de los Chicago Boys y en el año 2000 se desclasificaron evidencias del conocimiento del gobierno estadounidense del derrocamiento de Allende horas antes de suceder. En el segundo caso, la tragedia para una sociedad que cambió totalmente después de los ataques a las Torres Gemelas. En ese contexto, si bien Estados Unidos fue el país en el que estos ataques tuvieron lugar, la razón que Osama bin Laden expresó al declarar ser el responsable intelectual fue el imperialismo de ese país que había dejado secuelas considerables en muchos pueblos alrededor del globo.
No se busca negar bajo ninguna circunstancia que el 11-S haya sido un evento determinante para los estadounidenses, especialmente por la certeza de los heridos y muertos. Esa es una herida simbólica que aún permea en quienes vivieron esa situación. El objetivo de esta reflexión, sin embargo, es analizar el rol de esta fecha en la historicidad del mundo que ha hecho que una historia prepondere sobre la otra.
¿Qué es la memoria y cómo se construye? De estos dos acontecimientos constantemente destaca el caso estadounidense y, cada año, la aflicción del recuerdo evoca al dolor de esta sociedad y esta narrativa hace eco a través de los medios de comunicación. Walter Benjamin, al trabajar el concepto de ‘memoria’, diferenciaba su uso del concepto de ‘recuerdo’ o la ‘vivencia’. Según él, la memoria despierta a los sujetos y trastoca su pasado, por lo que esto crea nuevas enunciaciones derivadas de esta exploración. La memoria funciona para proteger las impresiones del (los) pasado (s), pero también para resignificarlo y no olvidar lo que es relevante; si la memoria conserva, el recuerdo es destruye.
Otro concepto relevante a esto son las políticas del olvido, que refieren a los mecanismos diversos para sepultar de la memoria histórica esas deudas que se van volviendo cada vez más lejanas con el pasar de los años. El golpe de Chile de 1973 no se queda únicamente en el derrocamiento de un presidente electo democráticamente que sumió a Chile en una dictadura sanguinaria, sino todo lo que ese régimen llevó a cabo en los años posteriores y que aún lacera al pueblo chileno. Esto puede verse en diversos contextos alrededor del mundo como Argentina o Alemania, que, aunque el tiempo pase, su política sigue imbuida de la responsabilidad de, cuando menos, no olvidar lo que en algún momento sus regímenes llevaron a cabo para que esto no se repita.
Los conceptos de memoria y olvido son relevantes al abordar el 11-S con los simbolismos característicos que tiene y las derivaciones de su enunciación. El mainstream media es relevante al hablar cada año con congoja sobre el 11 de septiembre en Estados Unidos, pero cubre, cuando menos, el caso chileno como una efeméride más. Parecería ser que esta práctica constante de diversos sectores en Estados Unidos busca que el 11 de septiembre de 2001 se mantenga en el recuerdo del mundo como un eco que a su vez ensombrezca el recuerdo de 1973. Considerando esto, no es raro que los sectores afines a medios corporativos en el mundo dediquen cuantitativamente más columnas, contenidos audiovisuales y reflexiones al combate al terrorismo derivado de la tragedia de 2001.
Sin embargo, esto está siendo cada vez más difícil de arraigar en las nuevas generaciones. El 09 de septiembre de 2024, la revista Rolling Stone publicó un artículo llamado ‘Cómo el 9/11 se convirtió en uno de los memes más populares de internet’ en el cual explica que los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 se han convertido en un evento conmemorativo del cual un sector, principalmente joven, de la sociedad estadounidense se mofa. En el imaginario colectivo de Estados Unidos, son comunes las referencias a la ‘baja intelectualidad’ de George W. Bush, pues hace años se popularizó una imagen de él en una charla en una escuela con un libro al revés. Esta imagen fue constantemente diseminada, especialmente con fines políticos por sus detractores, para fortalecer un discurso que indicaba que uno de los presidentes más belicistas de ese país, quien en su mandato tuvo que afrontar las consecuencias de los ataques a las Torres Gemelas, era tonto. Si bien, la revista Rolling Stone es material de entretenimiento que abarca temas de música y cultura popular, de esa idea se extrae una aseveración que actualmente tiene relevancia: hay más de una generación que nació cuando las Torres Gemelas ya no existían.
Además, estos mecanismos de recuerdo parecen apelar a que el 11-S se identifique como la conmemoración de la tragedia de un solo pueblo y que sepulte, cuando menos, la responsabilidad de Estados Unidos en la tragedia chilena. Una de las repercusiones del 11-S en la política estadounidense fue la invasión a Afganistán y Joe Biden, presidente de Estados Unidos en 2021, buscó por sus medios que las tropas estadounidenses fueran retiradas del país asiático en la víspera del vigésimo aniversario de los ataques. Tal vez Biden no esperaba que los talibanes tomarían Kabul el 15 de agosto, por lo que su aspirada retirada simbólica fue abrupta y sin mayores reflectores, pero esto demuestra la instrumentalización de este acontecimiento para que no se olvide y siga fungiendo como un pivote que se mantenga en el imaginario estadounidense. Aún así, una gran parte de la sociedad chilena ve a 1973 como una intervención artera que socavó su democracia y el mismo equivalente en Estados Unidos vislumbra al 2001 como un ataque terrorista, que fue consecuencia de las propias acciones militaristas de sus cúpulas.
Durante la conmemoración del 11-S en 2024, el presidente chileno Gabriel Boric anunció que retomaría la iniciativa de la presidenta Michelle Bachelet para excluir de procesos de amnistía a funcionarios que hayan cometido crímenes durante la dictadura, que comenzó hace 51 años. Por otro lado, en Estados Unidos se reunieron, tanto el presidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris como la dupla de partido republicano Donald Trump y J.D. Vance en el memorial de las Torres Gemelas en Nueva York, en donde Trump y Harris se estrecharon las manos, aparentemente para poner por un día de lado sus diferencias políticas y unirse al recuerdo de hace 23 años.
Cada pueblo tiene una memoria colectiva de fechas y acontecimientos específicos. El 11-S adquirió ahora en México un carácter simbólico particular, pues, durante los primeros 5 minutos de esta fecha de este año, se aprobó la largamente discutida reforma al Poder Judicial de México, que busca romper con ese bastión conservador y golpista que estaba anidado en el país. El senado mexicano aprobó esta reforma con una mayoría calificada, y se encamina a poner en marcha las directrices de esta nueva etapa. Esto no se asimila de ningún modo a las dos tragedias en diferentes contextos que se trabajaron aquí, sin embargo, estos destellos que quedan en la memoria son importantes para ser identificados a la postre, cuando puedan vislumbrarse resultados de decisiones tomadas.
México ha hecho historia al identificar el origen de la falta de justicia en el continente, y la aprobación de la reforma es un paso inicial. Esto no es sencillo de alcanzar, el pueblo debe empujar, apoyar el cambio y politizarse para estar al tanto de las decisiones que toman sus representantes. El 05 de marzo de 1973, Salvador Allende dio un discurso ante la Internacional Socialista, en el que afirmaba: “Somos un Gobierno Popular. Respetamos a la oposición. No tenemos mayoría en el Congreso. Tenemos un Poder Judicial independiente, pero que está amarrado a concepciones del régimen capitalista y que aplica las Leyes del régimen capitalista; leyes rígidas para un Gobierno Popular”. Allende también identificó los vicios del sistema político chileno de la época, incluyendo el sistema judicial que buscó reformar, pero las vicisitudes derivadas del contexto nacional y el intervencionismo extranjero terminaron por socavar todas esas aspiraciones. Hay que recordar con especial ahínco los errores y expectativas de estas experiencias, a fin de continuar por la senda de la construcción de una memoria colectiva más justa.
